Para un servidor la debilidad vocal absoluta es la diosa de ébano, Billie Holiday. Pero hay más diosas en mi olimpo particular. La segunda posición de ese podio imaginario es para Sarah Vaughan. Tan sólo tres años después de grabar esa inmensa colaboración con el trompetista Clifford Brown, Vaughan firmaba un directo escalofriante protagonizado por la gran intensidad que domina su perfecta y precisa forma de cantar. Un repertorio plagado de estandars y unos músicos de excepción, (Jimmy Jones al piano, Richard Davis al contrabajo y Roy Haynes a la batería), que bordan el acompañamiento a la gran dama hacen el resto. Álbum precioso, tranquilo, sencillo a la vez que complejo y, sobre todas las cosas, emocionante como él solo.

Reseña publicada en el número 7 de la revista Soul Nation.

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