Ahora que se acerca el comienzo de una nueva temporada de la NBA me he acordado del que fue mi ídolo absoluto de niño, Michael Jordan, su Alteza del Aire. Mi admiración por el baloncesto NBA llegó cuando MJ estaba en su máximo apogeo, los Bad Boys de Isiah Thomas, Joe Dumars y Bill Lambeer dominaban la liga y el declive de Magic Johnson y Larry Bird era , desgraciadamente, inminente. Lo mío por Jordan era adoración absoluta. Tenía la pared de mi habitación llena de fotos suyas, coleccionaba recortes de periódico con sus estadísticas, sus imágenes, sus zapatillas y, si hubieran salido, hasta de sus calzoncillos. No os podéis imaginar lo que lloré cuando en 1993, después de ganar su tercer campeonato consecutivo ante los Phoenix Suns de Charles Barkley, se retiró a causa del dramático asesinato de su padre. Por suerte para todos, retornó y volvió a ser, como no podía ser de otra manera, el mejor. Ya no sólo eran sus 30 puntos por partido y su recitificados imposibles sino el placer de verle en la cancha, sus movimientos, sus asistencias, sus botes, su liderazgo, su elegancia y su prestancia. Es el mejor jugador de todos los tiempos y el responsable de que ahora continue siguiendo la NBA de cerca. Por esta razón, os dejo por aquí un vídeo con algunas de las cosas que hacía. Todavía se me saltan las lágrimas de emoción al verle jugar.

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