Aunque su aparición fue algo posterior a la de las primeras grandes (Billie Holiday, sobre todo), Sarah Vaughan pertenece, por méritos propios, al selectivo olimpo que forman las vocalistas más representativas del jazz del siglo XX. Su capacidad de improvisación y su maravilloso vibrato capaz de alcanzar límites insospechados además de su facilidad para tocar de manera sólida el piano, son el fantástico legado que nos ha dejado. Influencia clave para las más grandes artistas, desde Aretha Franklin o Gladys Knight, hasta Jill Scott, escribió desde joven su nombre con letras de oro en la historia de la música, brindándonos momentos inolvidables que jamás podremos agradecerle lo suficiente.
Después de estudiar piano y de pasar por varias bandas en los años cuarenta, entre ellas la del pianista Earl Hines que contaba por aquel entonces con figuras como Charlie Parker y Dizzy Gillespie, nuestra protagonista dio un salto importante en su carrera realizando sus primeras obras como líder de su propio trío en los primeros años cincuenta, justo cuando el Bebop estaba dejando paso a un hermano casi gemelo, el Hard Bop, que suponía un claro paso adelante en la experimentación de la época. En los siguientes años se encuentran encuadrados los que se consideran los mejores trabajos de la Vaughan y esta maravillosa colaboración con el joven trompetista Clifford Brown así lo demuestra. Un impresionante músico influenciado principalmente por el gran Fats Navarro que, de no haber sido por su trágica y prematura muerte en accidente de coche a la temprana edad de 26 años, habría llegado a ser una leyenda a la altura de grandes como Miles Davis o Lee Morgan. En la grabación que nos ocupa en este artículo, Clifford Brown arropa a la perfección a una Sarah Vaughan en estado de gracia que deja de lado su faceta pianística para centrarse por completo en ese poderío vocal que la elevó a categoría de diva. Además, los dos se dejan rodear de excelentes músicos como Jimmy Jones (piano), Joe Benjamin (contrabajo) y Roy Haynes (batería) en la sección rítmica y Paul Quinichette (saxo tenor) y Herbie Mann (flauta) ayudando al propio Brown en los metales. Entre todos ellos se hace patente una gran conjunción que se manifiesta de manera más que evidente cuando suenan obras de la grandiosidad de “April in Paris”, el Gershwiniano “Embraceable you”, las preciosas baladas “Jim” y “I’m glad there is you” y, sobre todo, ese “Lullaby of Birdland” original de George Shearing y su banda, presentado aquí en una versión aún no superada por nadie y donde la voz de la Vaughan emociona con esa desenvoltura y ese fraseo del que hacía gala habitualmente. Estamos ante la mejor versión que se ha hecho hasta ahora de esta preciosa canción, razón suficiente para dedicar al álbum un poco de tiempo, sentarte en tu sillón favorito, con un café en la mano, cerrar los ojos y dejarte llevar por todos los matices que ofrece y todo lo que puede aportarnos. Cada canción está en su sitio, sin estridencias de ninguna clase, jugando cada una, a nivel individual, su sencillo papel: unas nos emocionan, otras nos llenan de melancolía, algunas de optimismo y las últimas nos incitan a marcarnos un baile con alguna persona especial. Esta obra confirma que el jazz es un modo de vida. Un modo de vida maravilloso sin en el que no se entendería nada de lo que posteriormente ha venido. Por trabajos como este es por los que merece la pena perderse entre sus aguas y experimentar con o junto a ellas esas experiencias que nos resultan inolvidables. Porque el jazz tiene ese “algo” especial que te atrapa cuando lo escuchas atentamente y hace que no quieras salir de él sin perderte cualquier aporte, por pequeño que sea, que provenga de su ilimitada capacidad de transmitir emociones. Así se pone de manifiesto en este álbum. Fácilmente digerible e ideal para aquellos que quieran iniciarse en este género, Sarah Vaughan With Clifford Brown es un precioso ejemplo en clave de jazz de lo que la sencillez puede llegar a hacernos sentir.