Lo recuerdo como si fuera ayer. Era una tarde veraniega y calurosa de hace 5 años. Yo paseaba tranquilamente por las numerosas tiendas de discos de segunda mano del centro de Madrid. En una de ellas, ví una portada que me llamó la atención. Una portada en la que además del sello distintivo de Verve en la esquina inferior derecha, destacaba la preciosa foto que la acompañaba. Una joven afroamericana de mirada penetrante y dulce ataviada con abrigo y gorra parecía querer captar mi atención. Leí el nombre, Lizz Wright, y acto seguido le pedí al dependiente si me podía pinchar alguna canción. No hicieron falta más que 30 segundos de la primera para noquearme por completo.

Artículo publicado en el número 6 de la revista Soul Nation

Y es que la voz de la Wright es de esas que se te clavan en lo más hondo del corazón nada más escucharla. No obstante, se fue forjando, como no podía ser de otra manera, a la sombra del gospel que se cansó de absorber desde pequeña en su casa (su padre era predicador y su madre corista). Esta formación musical fue ampliándose a medida que avanzaba su edad y sus dotes vocales se hacían aun más notables. Consciente de ello, Lizz exploraba, para su desarrollo personal y artístico, todas y cada una de las músicas que se habían respirado hasta entonces en Estados Unidos. El jazz, el soul, el blues, el folk y el gospel eran sus máximos intereses y Abbey Lincoln, Cassandra Wilson y Joni Mitchell sus heroínas particulares. Tras abrirse camino en distintas jam sessions de su ciudad natal (Hahira) y estado (Georgia), e incluso unirse a una banda vocal de Atlanta llamada In the Spirit, le llegó la oportunidad de debutar gracias a la prestigiosa Verve, cuyos directivos vieron en su suave mezcla de estilos una nueva Norah Jones, de voz más poderosa, eso sí, con la que además de ofertar calidad, podían llegar a amplios sectores del público conquistando así el mercado discográfico.

De esta manera, en 2003 ve la luz "Salt", un notable primer disco producido a tres bandas por el mismísimo Tommy LiPumma, el baterista Brian Blade y el teclista Jon Cowherd y en el que entran en créditos músicos conocidos dentro del mundo del jazz como el saxofonista Chris Potter (más conocido por sus trabajos junto a Dave Holland), el pianista Danilo Pérez o el organista Sam Yahel. Éstos ayudan a crear atmósfera y a facilitar la asunción y asimilación por parte de la artista de todas las piezas que componen el álbum así como a acertar, y no es fácil, con versiones ciertamente bien conseguidas (“Open Your Eyes, You Can Fly” de Chick Corea) y otras verdaderamente emocionantes (“Afro Blue” de Mongo Santamaria). Un claro ejemplo que confirma que comercialidad y calidad no tienen por qué estar reñidas. Lizz Wright va más allá uniendo con su voz ambos conceptos para crear buena música con sabor a soul, jazz, gospel y folk, en definitiva, a música americana. Un debut éste que colmaba las expectativas de esa idea, que últimamente pasea por las grandes casas discográficas del jazz, de lanzar artistas todoterreno capaces de desenvolverse en cualquier estilo. Tanto es así que dos años más tarde, el proyecto tuvo segunda entrega. En 2005, se publicaba "Dreaming Wide Awake", un guiño explícito al folk estadounidense (eso sí, con claros matices soul). Trabajo producido por Craig Street (talentoso productor que ha trabajado con la propia Norah Jones y con divas de la categoría de Me’shell Ndegeocello y Cassandra Wilson) que desluce un poquito frente a "Salt" debido, sobre todo, a la introducción en el repertorio de inocuas y aburridas versiones de éxitos de Madonna o Louis Armstrong pero que, sin embargo, la abrió todavía más al gran público. Este fulgurante inicio de carrera la ha llevado a colaborar posteriormente con grandes como David Sanborn, Toots Thielemans o Danilo Pérez, devolviéndole así el favor de haber tocado para ella en su debut.

Desde hace dos meses aproximadamente podemos disfrutar de su tercer trabajo, "The Orchard", cuyo magnetismo y sobriedad elevan a Lizz Wright a lo alto de esa nueva generación de artistas que beben tanto de Ray Charles, Donny Hathaway y Robert Johnson como de Joni Mitchell y Bob Dylan. Un poco de eclecticismo nunca viene mal y si encima se deja acompañar de una voz profunda y grave, casi andrógina, pero tan característica como virtuosa, mucho mejor, ¿no creéis?.

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