Anteayer comencé con la lectura de "Blues: La Música Del Delta del Mississippi" de Ted Gioia. Llevo muy poquitas páginas aún y voy muy despacio para comprender correctamente lo que el autor quiere transmitir, pero en este limitado espacio he tenido tiempo de leer una historia que no me resisto a dejarla desaparecer en las marañas del olvido sin plasmarla aquí. En el capítulo 2, Gioia explica literalmente como el suelo del Delta es tan denso como el alquitrán. A su vez, es éste el que hace ricos y dichosos a unos pocos mientras excluye a la gran mayoría y está tan apegado a todo lo que la gente hace, dice o piensa que se comenta que incluso la música surgió del piso como W.C. Handy sugirió tras escuchar un blues en una estación de ferrocarril de la zona.
Basada en esta mística afirmación, Ted Gioia no cuenta la preciosa y curiosa historia de Charles Peabody. Peabody era arqueólogo de la Universidad de Harvard cuando, en 1901, llegó al condado de Coahoma para realizar unas excavaciones al frente de un grupo de trabajadores, como no, negros. Al hilo de lo comentado anteriormente, el propio Peabody comentaba que era tal la densidad y viscosidad de aquel suelo, que el peso de la tierra húmeda solía aplastar y romper los huesos encontrados en los yacimientos. El caso es que, según iba avanzando la excavación, Charles Peabody se fue dando cuenta de que iba sintiendo paulatinamente menos interés en lo que sus trabajadores iban encontrando en el suelo que por lo que éstos hacían mientras estaban inmersos en sus tediosas ocupaciones. Os imagináis lo que hacían, ¿verdad?. Cantar. Esto sobrecogió a un Peabody que siguió interesado en ello hasta su regreso a Harvard. El arqueólogo poseía una formación musical muy limitada así que no podía evaluar lo que había escuchado durante el tiempo que había durado el trabajo. Sin embargo, antes incluso de redactar las conclusiones de la excavación que le había tenido ocupado los últimos meses, realizó un borrador sobre la música que había estado escuchando por garganta de sus trabajadores y lo mandó a la Revista del Folklore Americano. Ted Gioia incide en que estas explicaciones resultan fascinantes en tanto en cuanto, y sin saber a ciencia cierta si lo que escuchó Peabody fueron los primeros blues, nos sugiere descripciones, no sólo de las canciones que los negros cantaban en el trabajo sino también en sus limitados momentos de descanso. El propio arqueólogo relata como estos hombres utilizaban su guitarra para acompañarse en sus habitaciones o mientras marchaban, describe extrañas alteraciones en la afinación que podrían ser lo que hoy día se conoce como blue notes y habla, por último, de las letras de las canciones que trataban, sobre todo, temas como el amor y la mala suerte, los más genéricos en el blues tal y como lo entendemos en la actualidad. Pero el mayor interés que suscita este borrador se circunscribe a los dos últimos párrafos encargados de cerrarlo. Ahí, Peabody nos cuenta lo siguiente: "No puedo dejar de mencionar a un negro muy anciano, empleado en la plantación del señor Stovall, en Stovall (Mississippi). Le pidieron que cantara para nosotros una noche muy oscura mientras estábamos sentados en el porche...nunca he vuelto a escuchar algo parecido ni a oír hablar de ello". Dada su limitada cultura musical, Peabody no era capaz de describir con palabras lo escuchado aquella noche, pero una cosa parecía tener clara: esta música satisfacía la profundamente arraigada necesidad de los negros del lugar "de librarse de sus penas convirténdolas en canciones". Cuarenta años más tarde, Alan Lomax y John Work descubrieron a Muddy Waters precisamente en esta misma plantación de Stovall. Ted Gioia culmina esta fascinante historia afirmando, no sin admiración y cierto grado de incredulidad y asombro, que la posibilidad de que uno de los antiguos esclavos de esta plantación estuviera cantando blues a principios de siglo nos obliga a preguntarnos cuánto tiempo llevaría existiendo esta música, al menos en alguna de sus formas primitivas, antes de ser conocida por el gran público.